Bares / Alicia Lilo

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"Bares"

Alicia Lilo

Buenos Aires, Argentina
neptunoreal@yahoo.com.ar
 Volver Bar viaje.
Los bares han sido nuestra segunda casa, desde allí atisbábamos el discurrir de la bola universal, o nos refugiábamos de ella: punto de encuentro o de fuga. La barra-mostrador donde acodarse, una vidriera displicente que nunca se sabe si comunica o aísla del mundo; adentro, sillas de viena o de lata oxidada, según convenga, procurando a la mesa que rodean amable con-tertulia. Unos pocos elementos bastan para reconocer y sentarnos, como los perros, en él.
Quizás cruzamos los ojos –en otro más paquete– con una mina que nos deslumbró, o vimos al amigo alejarse, para siempre y para siempre.
Pero hay más. Los bares eran –y repárese en el verbo– refugio y trinchera de la cultura de músicos y poetas ambulantes, de sabios transhumantes, de saberes perdidos...
Y estoy hablando de los bares de Buenos Aires, esa ciudad plantada a orillas de un río tan inmenso como la pampa que se abre tras él, a pocas brazadas, vomitando cuerpos de sus sentinas que luego mirarán con nostalgia, a través de vidrios empañados, el agua roñosa que los trajo.

Los bares de la Lilo.
La Lilo, ha sumergido, más que su lente, su memoria en los espejos deformantes que los bares nos devuelven. Quizás por eso procura imágenes de bares para gente racional, otros para soñadores, algunos para poetas, muchos para amantes, pero pocos para gente.
Peor aún: para horror de la inveterada costumbre de percibir las cosas como constantes, o tal como creemos que son, la Lilo construye una categoría especial que es la de los bares inhabitables, o reflejados.
En realidad, los invisibles seres que pueblan los bares de la Lilo habitan la memoria, son transhumantes, se parecen a un parroquiano pero sólo tienen de común con él la cáscara. Por dentro, son un arquetipo de lo humano, apenas la caricia de un tango, memoria de un roce, curva de un olvido que se deshace en doblez tras la grappa maliciosa.

Fuegos cruzados.
Es posible que la cámara inhabite un rincón inesperado, es usual que fatigue reflejos más que obviedades, perdida en el ensueño de la panza de la vieja máquina de café. A los tumbos entre estas acrobacias de la mirada, olvidada de la travesía que hasta la mesa la trajo, la lente torna perdurable lo que la fragilidad escabulle.
Nos reunimos para desunirnos, y, al fin y al cabo, quedan esos lustres rebotando sobre billares y botellas ciegas. Una luz fugada, apenas reflejo, es el ojo que se ha ido por la “vedera”. Es todo lo que Los Hados y la Lilo han podido dejarnos de esta luz otrora reunida.

Osvaldo Mastromauro
Enero de 2002    El límite de la fotografía es nuestro propio límite
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