Los rostros de la desesperanza / M.Rico

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"Los rostros de la desesperanza"

Marcelo Rico

Sunchales, Santa Fe, Argentina
http://www.marcelorico.com.ar
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En la búsqueda de la identidad nacional me dirijo hacia atrás en el tiempo, me embarco en un viaje al siglo pasado, como en un cuento de Verne voy por el túnel del tiempo, en este caso me llevará cien años atrás.
De repente me encuentro en una misión, olvidada incluso por la iglesia que la fundó. Estoy en Tacaaglé, provincia de Formosa, República Argentina, rodeado de un puñado de Tobas, descendientes directos de aquellos que fueron dueños de estas tierras, descendientes directos de aquellos que tenían una identidad y una cultura, en medio de un territorio que les pertenece por derecho propio.

La conquista vino de la mano de la iglesia, había que quitarles las tierras pero a su vez había que conformarlos, y no solamente con espejos de colores, sino también dándoles esperanzas de un paraíso lejano, una tierra prometida, un lugar más justo para vivir.
No se podía solamente matarlos, había que intentar compensar esa masacre, ese robo, esa violación, ese genocidio, y por eso estuvo la iglesia, o ¿a caso no se cometieron genocidios en nombre del señor? ¿Cómo puede justificar la iglesia la guerra santa?, ¿Existe una guerra que sea santa?

El factor determinante del genocidio fue, en parte, la ignorancia en el campo cultural, dominada por el desprecio de la vida terrenal implícita en la doctrina cristiana.
Por un lado, a aquellos primeros habitantes, le explicaron con envidiable integridad los enigmas de este mundo y, por otro, les aseguraron que una solícita providencia guardaría su vida y los recompensaría con una existencia ultraterrena por las eventuales privaciones que sufrieran en ésta.

Según Freud, la primera de las razones (de aquella destrucción) fue la mirada superficial hacia las razas y tribus, considerando sus costumbres y su cultura como completamente simples. Yo personalmente pienso que, más allá de ese pensamiento, estuvo el comportamiento avaro, hipócrita, que siempre buscó el materialismo, para quedarse con las tierras y el oro y, fundar ciudades para la corona.

¿Acaso aquellos hombres se olvidaron de la moral? Hoy en día las políticas generales tienden a menospreciar la cultura indígena. Según Nietzsche, “La moral, por poco que condene, es ella misma un error, uno específico con el cual no se debe tener compasión. Es una idiosincrasia de degenerados que hicieron mucho daño”.

Es indudable, que esta idea traza una línea con respecto a los valores supremos que rigen la mayoría de las culturas, ¿si no hay moral, hay posibilidades de garantías?
Es posible que los valores y los principios se hayan marginado en pos de una causa. Sólo existen causas para unos pocos, o tal vez para el imperio.
Las causas en pos de la humanidad no se condicen con ella, las causas en pos de la gente marginal no tiene elementos equitativos con las de los más poderosos; solo se manifiestan argumentos para la degradación de personas.
Así, por ejemplo, las campañas de ayuda humanitaria sólo sirven para mantener un organismo u organización, y también a determinados gobiernos que se amparan en la pobreza de su país para adquirir recursos que terminan en sus propios bolsillos.

La forma de dominar y controlar es esa migaja de ayuda, ese plato de comida raquítico que solo llega a unos pocos, solo para frenar en parte la manifestación agresiva de esos individuos en colapso, retenerlos para que no molesten, evitar en lo posible que no enfermen o que su agonía sea rápida. Se los tratan como si fueran escoria, o residuo social, del cual todos quieren desprenderse, tratar que molesten lo menos posible.

La marginación tiene parte de sus fundamentos en la represión cultural, donde se abusa de esto para apoderarse del ser, ocasionándole sufrimientos, martirio y degradación. En definitiva, se explota su capacidad de trabajo sin una retribución justa.

Inmersos en la ignorancia a los pobres se los domina, se los esclaviza, se los contiene, se los utiliza. La esclavitud, en estos casos está enmascarada en una palabra que se deletrea “democracia”.

La autodestrucción es parte, en este momento, del crecimiento vandálico impuesto por el capitalismo. Esta hace más grandes las brechas sociales y, entre todos generamos un mundo hambriento, desolado y desesperanzado, se menosprecia y degrada el medio ambiente del ser humano, ese medio ambiente social del que provienen los estímulos fundamentales para la organización de sus cualidades psicológicas, su conocimiento de esta manera esta totalmente condicionado. Se castra así la propia naturaleza del ser humano, se altera su lenguaje, su pensamiento, y además se hace caducar la posibilidad de concebir símbolos universales, crear un lenguaje, prever y planificar su acción, echando por tierra la producción de esos medios de subsistencia, que crean la matriz fundamental de todas las relaciones humanas.

A lo largo de estos países democráticos, el vandalismo político, económico y oportunista, está encubierto por el vandalismo judicial, un sistema perfeccionado a través del tiempo para favorecer a los poderosos, un sistema altamente perjudicial que atenta directamente contra la vida de una comunidad.

Los saqueos financieros han dejado enormes daños a los seres, a la sociedad. El enorme crecimiento del alcoholismo, la drogadicción, la prostitución está siendo llevado a cabo por gente muy parecida a la que generó el famoso y sangriento plan cóndor.
Mientras por un lado se pregona la libertad, por otro, se estimula la adicción, la desinformación, la ignorancia, la apatía, y la mediocridad.

Es indudable que lo antedicho está siendo completamente operado por fuerzas neoliberales, siervos ignorantes para la corona, animalitos domésticos manejados por invisibles collares que moviliza el poder, generando más dinero para los grandes terratenientes.

En el principio fundamental del desarrollo científico, en todos los campos, es el que todos los fenómenos están determinados, es decir, que responden a una causalidad, por más compleja que ésta pueda ser. En otros términos, el principio del determinismo afirma el condicionamiento causal de todos los fenómenos.

Las autoridades en materia de desarrollo han acumulado en todas partes poderes enormes, incontrolados y, demasiado a menudo, letales.

Nuestra crítica suena a vacío, pues los propios críticos del poder están en esta máquina infernal, dominados por sus efectos de poder que prolongamos nosotros mismos, ya que somos uno de sus engranajes.

La vergüenza que todo esto genera es muy grande y despechada. Basta a modo de ejemplo, mirar una sola provincia de la Argentina y corroborar cómo están intentando desterrar a más de nueve mil seiscientas familias, que conforman quinientas comunidades campesinas, para apropiarse de sus tierras. Políticos, ladrones, fuerzas de choque, armas largas y cualquier forma de amedrentación son utilizadas para tal fin.También se corroboró la participación de medios comunicativos eclesiásticos, que para lograr aquello están al servicio de los terratenientes. Esto ha sido denunciado por el Nóbel Argentino de la paz, Adolfo Pérez Ezquivel.

Sé que después de haber sido despojados de todo, están simplemente sobreviviendo, sin asistencia, sin comida, y en una completa indigencia, la mayoría de los habitantes son analfabetos. Esa iglesia que vino de la mano de los conquistadores, no está más, sólo quedan las leyendas y las esculturas de los franciscanos hechas por los nativos.

Es indudable que hemos perdido o destruido la conexión entre nuestra cultura y nuestras vidas, tal vez el deseo del hombre de parecerse a Dios, en imagen y semejanza haya hecho que se pisoteen personas para conseguirlo. Desde el estallido de la modernidad el hombre emprendió una carrera hacia el abismo, un abismo enmascarado, oculto y disimulado por el consumismo.

En el Congreso Cubano de Cultura y Desarrollo de 2003, escuché a muchos antropólogos hablar sobre indígenas y etnias de distintos lugares del planeta, y a su vez los vi jactarse de haber conocido a muchas de Latinoamérica. Muchos plantearon (y plantean) como primera enmienda el derecho a las tierras, dando por superados absolutamente los problemas humanitarios y filantrópicos; yo me pregunto, ¿Para qué sirve el congreso de cultura y desarrollo si no podemos tener intervención en la ayuda que los indígenas y marginados requieren, mientras que muchas de las organizaciones mundiales ocupan el 80% de sus presupuestos en gastos administrativos?

Congresos como el nombrado reúnen a miles de intelectuales y artistas en pos de la cultura, la independencia, un sitio próspero de ideas, un lugar donde la nueva humanidad puede ser planteada, despojados de hipocresía, de mala fe, reunidos aquí en pos del crecimiento y la libertad.

Mientras las máquinas hacen más fructífero el trabajo humano, por otro lado siembran el hambre, el agotamiento, la prohibición. Las fuentes de riqueza se convierten, por egoísmo y vanidad, en fuentes de privaciones y, brilla, como un sol negro la luz de la ignorancia. El capitalismo se nutre de las fuerzas intelectuales, mientras reduce la vida humana al nivel de una fuerza material bruta.
Muchos pregonan que todo esto es a favor del avance tecnológico y científico, también el bienestar pronto será globalizado.

¿De qué nos sirve reducir la mortalidad infantil, si cien mil niños mueren por día, de hambre, de sed, de enfermedades curables? ¿De qué nos sirve una larga vida, si es tan rica en sufrimientos, en desdicha, en marginación, en penurias para las dos terceras partes de la población mundial? Solo saludamos a la muerte como remedio y liberación.

Mientras viajaba a Tacaaglé, escuchaba en la radio la preocupación hipócrita del gobierno en ayudar a los nativos. En realidad hace quinientos años que los están ayudando a desaparecer. Tanto castigo, tanta represión, tanta explotación, han hecho que estas nuevas generaciones, crezcan con un gran rencor, rencor ante el sometimiento que desencadena la agresividad vengativa, que ha de ser, en parte, determinada por la medida de la agresión punitiva que se le otorga al hombre blanco.

Un amigo me dijo: “pero reconocé que son vagos”. “¿Vagos?” pregunté. Este es el resultado de quinientos años de persecución, de quinientos años de denigración, de quinientos años de aislamiento, de quinientos años de explotación, de quinientos años de discriminación, vos resumís en esa palabra toda la ignorancia.

Lo que más me preocupa, y que a la vez consolida mi teoría de que los gobernantes son hipócritas, es que la Argentina ha sido denunciada ante la comisión interamericana de los derechos humanos, dependiente de la OEA, por el trato discriminatorio y la violación a los derechos de los indios.

Es un hecho que un gran número de políticos y capitalistas del mundo comparten un delirio colectivo por la avaricia y el poder, pero ninguno de los que comparten ese delirio colectivo, podrá reconocerlo jamás.

No voy a analizar lo que vi desde el punto de vista antropológico, solo transcribiré lo que escuché, y expresaré una opinión completamente personal, sin tantos rodeos, y lo más directa posible.

He estado, junto a quién espero que no sea el último de los caciques tobas. Su nombre, el que le impuso la cristiandad es Guillermo, su nombre nativo es Napiarí, me cuenta que desde chico, a los doce o catorce años se interesó por sus ancestros, también por sus costumbres y por su sufrimiento. Me relató que se acuerda de esa época, textualmente me dijo; nos daban raciones diarias que consistían en cinco espigas de maíz, algo surtido de carne. Esa era nuestra única comida. Entonces la vieja, (por su madre), tenía que rebuscarse, buscando frutas del campo, por ejemplo la palma tiene fruta de abajo y mi madre cava, con un fierro que parece una pala y saca fruta de abajo, después llega y cocina, hierve todo el fruto y reparte a sus hijos, y pone algo de grasa para tener para comer, y esa era la cena de noche.

Antes de este proceso mi gente tenia la libertad de buscar la comida en el campo, teníamos chacras, y se cultivaban. La gente se ayudaba entre ellos, cosa que ahora desapareció. Nos reuníamos en fiestas y cantábamos y bailábamos y nos alegrábamos entre todos. Todo esto no existe más, en el año setenta el gobierno nos obligó a dejar de reunirnos y nos perseguían, obligándonos a dispersarnos, nos perseguían de tal manera que teníamos miedo.

“Después de mucho tiempo, gracias a un antropólogo, José Maniquenson y su grupo, me hicieron recordar todo, nuestra cultura, nuestro canto, nuestra música, nuestro baile y yo recuperé un poco, entonces practiqué nuevamente y me salio bien”.

Le pedí que me concediera el honor de poder escuchar su música y su canto, me contestó que sí, que me haría escuchar un poco de música. El canto cuando vuelvas la próxima vez. Entonces buscó su violín hecho de una lata de aceite vieja, una madera, una cuerda, y tocó.

Este viaje me aclaró demasiadas ideas y pensamientos, no necesito que nadie me cuente ninguna versión, no necesito que nadie me diga o nadie justifique tal o cual acción, mi espíritu se llena de ácido, siento algo parecido a la gastritis, sí, mi espíritu tiene gastritis, mi alma está llena de incomprensión, los libros de historia cuentan una “historia” que no se condice con la realidad.

Al recorrer el asentamiento, cuando ya era de noche, me acompañaba una nube de mosquitos, pero la presencia inmutable de los lugareños hizo que soporte semejante acecho. Vi el estado deplorable de sus viviendas, una vida en estado infra humano. Me despedí, subí a mi auto con la promesa de volver. ¡Claro que volveré! y también denunciaré este genocidio encubierto. Empecé a desandar el camino, tenía más de mil doscientos kilómetros por manejar, comencé a sentir una presión en mi pecho, se me nubló la vista, ¿cómo olvidar todo eso?, ¿cómo separar lo que había vivido del hipócrita discurso de los políticos?

Me pregunto, ¿puedo vivir sin hablar?

En incontables ocasiones se ha planteado la cuestión del objeto que tendría la vida humana, sin que jamás se le haya dado respuesta satisfactoria, y quizá ni admita tal respuesta. Muchos de los inquisidores apresuradamente respondieron que si resultase que la vida humana no tiene objeto alguno, perdería todo valor ante sus ojos.

Estas personas necesitan la libertad de expresión y diversificación, la posibilidad de entender y comprender, la elección de pensar, la posibilidad de evolucionar en esta vida, el espacio humano para discernir tanta mentira.
Abogo para que cada grupo social pueda mantener su identidad y transmitir su cultura, para que las restricciones a los indígenas y marginados sean mancilladas, y además condenadas. Abogo para que esta América, mal llamada “bárbara” por los saqueadores, sea el nuevo resplandor de la cultura y la educación, y por ende, de la justicia y la libertad

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