Refugiados / Federico Tovoli

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"Refugiados"

Federico Tovoli

Toscana, Italia
federico.tovoli@gmail.com
http://www.effetovolifotografo.it
 Volver Cuando se piensa en los refugiados, en los pueblos en fuga de un conflicto, se evocan imágenes de emigraciones en masa, de hambre, de campos de refugiados, de epidemias, de emergencias humanitarias, de repartición de raciones alimenticias; en una palabra, se piensa en un problema muy serio que hace noticia en todo el mundo enfrentado por la comunidad internacional a través de la ONU y de los cascos azules, etc.

El problema puede ser muy serio sin tomar proporciones catastróficas, y puede no resolverse dentro de poco tiempo y al mismo tiempo parecer tan invisible como para no atraer la atención internacional mientras que la gente continua sufriendo y, frecuentemente, llegar a morir en uno de los numerosos conflictos olvidados, o casi.

Esto pasa en Colombia tras cincuenta años de guerrilla…
Hablando de Colombia el link es inmediato: “Colombia-coca”, probablemente el producto nacional más rentable donde todos ganan, los guerrilleros incluidos.
Un negocio que implica violencia, cuando no es el ejército regular, contra la guerrilla están los paramilitares, los narcotraficantes “apoliticos” que se pelean entre sí.
Y los que no tienen nada que ver, casi siempre son los campesinos con un nivel de instrucción muy bajo, sometidos a la violencia, a las amenazas, al reclutamiento obligatorio, al secuestro, a la muerte…

La frontera ecuatoriana es muy fácil de cruzar, muchas veces no es nada más que un río secándose, y también si es posible navegarlo, una pequeña embarcación es suficiente para cruzarla en unos minutos; es una frontera tan poco militarizada que ambas fuerzas en campo la atraviesan cuando se les da la gana.
Es noticia del dominio público que muchos de los campamentos de las FARC (los supuestos revolucionarios) se encuentran en territorio ecuatoriano, como también se encuentran los paramilitares. Como en marzo del 2008 las fuerzas armadas colombianas atacaron con misiles un campamento en donde se encontraba Raúl Reyes, el número dos de las FARC en la provincia ecuatoriana de Sucumbios, asesinándolo y creando una crisis internacional; en el octubre del mismo año un grupo de paramilitares cruzó tranquilamente la frontera, entró en una discoteca e hizo una pequeño masacre completamente ignorada por los medios internacionales de información.

Desde el final de los noventa, la frontera ecuatoriana ha sido cruzada por miles de personas ajenas al conflicto pero con la mala suerte de vivir en zonas interesadas por el, mucha gente se ha afincado justo en el otro lado del río, en pequeñas comunidades en el bosque junto con los ecuatorianos, o creando su propia comunidad; mucha gente continua viviendo con esta pesadilla sin saber que ya desde el 2000 las Naciones Unidas han abierto en el país un despacho para los refugiados, el ACNUR, y que a través de esta oficina podrían regularizar su propia situación y salir de la clandestinidad en manera definitiva. Parece que en el país viven 180.000 ciudadanos colombianos, pero que solo 16.500 de ellos han recibido el estatus oficial de refugiados.

Muchas veces la condición de clandestinidad depende del miedo a ser descubiertos porque en toda la zona de frontera norte hay infiltrados. Actualmente la ACNUR tiene despachos en la zona fronteriza, como en Lago Agrio, pero también se encuentran en el sur, por que los refugiados en búsqueda de una nueva vida se han dispersado en todo el país; de hecho el Ecuador es el estado sudamericano con el número más alto de refugiados.
Últimamente, en el edificio de la vieja aduana del puente internacional de Rumichaca, uno de los pasos fronterizos más transitado entre los dos países, abrieron el INFOMIRE, una oficina dedicada al migrante (MI) y al refugiado (RE) en donde a todos los que entran en el país y quieren ser registrados en una de las dos categorías, se les otorga el material informativo necesario para pedir los documentos de regularización.

La ayuda de las Naciones Unidas se organiza en niveles diferentes y con el soporte de los organismos internacionales y de varias ONG.
En los asentamientos fronterizos, a donde se dirige ACNUR enfrentando horas de carretera fangosa y desmonte o viajes en canoa, hay proyectos de mejoras de las infraestructuras o para construir sistemas de recogida del agua pluvial o los servicios higiénicos en una escuela; todos estos son pasos importantes en aldeas de chozas improvisadas… Y cada vez que ACNUR llega en misión, los recibe la junta del asentamiento y se visita la escuela, todo para informar una población aislada y amenazada acerca de las novedades que le interesan: la más importante es aquella que habla de la campaña de regularización.

La Cruz Roja internacional se compromete sobretodo ayudando con material básico. En Cuenca, ciudad muy lejana de la frontera norte pero hito para los refugiados del sur del país, hay un programa de repartición de kits casa, kits alimenticios y de colchones, todo “de marca” ACNUR; la Cruz Roja gestiona el almacenamiento de las raciones alimenticias (que son costales de algunos kilos) para los muchos beneficiarios. Cada tarde queda abierta una oficina en la sede del centro histórico y se forma una cola de derechohabientes que se pueden beneficiar del servicio psicológico y social in situ.

Aquí, como en la sede de cualquier organismo que trabaja con los refugiados están los paneles explicativos acerca de como hacer para salir de la clandestinidad.
Una entrevista, una tarjeta provisional que, después de unos meses, se convierte en definitiva. La clandestinidad, la marginalidad, como afirma el psicólogo que se ocupa de los casos cuencanos, es potencialmente muy riesgosa porque pone el refugiado, especialmente si no trabaja, en manos de explotadores y de personas que actúan en la ilegalidad; el gobierno ecuatoriano está intentando regularizarlos a todos y dejar atrás el sistema de la tarjeta provisional.

Entre las ONG’s que abastecen el apoyo social y psicológico, está HAIES, de matriz israelita, la sede quiteña es muy frecuentada, y ya en la sala de espera se habla de desocupación, de amenazas sufridas, de cómo pagar el alquiler y de las necesidades urgentes que siguen teniendo no obstante el trabajo conseguido.
En las oficinas se ocupan de cada caso en manera particular, un psicólogo y un asistente tienen la base de datos con los nombres y las fotos de todos los beneficiarios, el trabajo es mucho…. La italiana COOPI, en cambio, gestiona “el Albergue” para los refugiados en Lago Agrio por cuenta de ACNUR; es una estructura para la primera acogida y es capaz de alojar hasta trescientas personas. Es una estructura espartana pero funcional a donde ha habido éxodos en masa cuando los paramilitares o el ejército colombiano han entrado en los asentamientos fronterizos y han secuestrado, sin devolverlos nunca más, a cabezas de familia.

Visitar el Albergue en un momento cualquiera es como entrar en un mundo hecho de la “ignorancia” de no saber: personas que han huido con lo poco que tenían y que hasta el día de ayer vivían en un entorno campesino donde no existe la necesidad de saber navegar en Internet y donde se mira hacia el mundo externo como hacia un país imaginario.
En el albergue cada familia tiene derecho a una caja de madera dentro de uno de los grandes cuartos que componen la estructura: un comedor, un lavadero y una pequeña escuela autogestionadas; la ONG supervisa constantemente, especialmente la repartición de los productos alimenticios a donde los kits ACNUR llegan.
La profesora solo es una mamá con conocimiento básico de didáctica, los turnos en la cocina se hacen por rotación, pequeños trabajos de manutención de los canteros sirven para matar el tiempo, esperando una ocupación que muchos ni siquiera saben como buscar.

No obstante las personas que viven allí parecen tranquilas, la incomodidad es evidente: Daisy ha dado a luz hace poco tiempo, es una muchacha linda con claros orígenes africanos y con un niño de siete años que también tiene características africanas pero la segundogénita es blanca... pregunto por el marido de Daisy que se ríe socarronamente cohibida; Marina tiene la misma reacción: ella también tiene dos hijos y veintidós años de edad, es una “madre soltera” que quisiera irse de allí, quisiera hacer un trabajo serio, pero no se da cuenta que, una vez más, deberá comenzar todo desde el principio porque le falta el conocimiento del inglés, informática y no tiene licencia, en conclusión, cosas superfluas en la aldea de Nariño en donde vivía.

El concepto de que es mejor enseñar a pescar que regalar un pescado, es claro para todos los organismos que trabajan con los refugiados; siendo el objetivo fundamental la regularización, es lógico que el esfuerzo colectivo vaya más allá de la asistencia básica. Por eso intentan enseñar un trabajo a más gente posible, tanto en el trabajo independiente como en la empresa individual.
COOPI tiene un programa de financiamiento a fondo perdido de 100 USD para cada microempresa, así Manuel, mecánico hace años de motociclos en Lago Agrio ha podido comprar una máquina para controlar la convergencia de las ruedas; María, una madre soltera con dos hijos, ha podido comprar una máquina de coser automática y puede proseguir en su profesión de creadora de ropa interior para niños.
Son personas que ya han dejado el Albergue pero que igualmente viven en alojamientos provisionales, ya no sufren la pesadilla de la desocupación, como Jerry, de profesión guardia de seguridad que ha logrado hacer en Quito el mismo trabajo que tenía en Colombia, y Benny también, periodista radiofónico que para vivir hace de “de todo un poco” en una de las tantas guesthouse de Mariscal, la zona turística de Quito.

Pero el trabajo no soluciona el problema de la integración, difícil de por sí porque en Ecuador el colombiano no tiene una buena reputación, generalmente pasa por ladrón y traficante, un lugar común, y como todos los lugares comunes, difícil de borrar del imaginario colectivo de los adultos, pero extremamente superable con las jóvenes generaciones.

Además de los proyectos de iniciación en el trabajo hay muchos más acerca de la integración, dedicados a los menores que no tienen problemas para bailar, construir títeres o discutir acerca de la democracia a través de un juego de la oca sobre un tema, con coetáneos de otras nacionalidades.
Y a los que tienen capacidades deportivas, como los hermanos Marcelo, Micaela y Carmen, donde los dos primeros ganaron medallas en Colombia, se han podido beneficiar de una beca deportiva en la famosísima escuela de Marcha en Cuenca, patria del campeón olímpico Jefferson Pérez.

Desgraciadamente todo esto no borra el pasado, Jerry trabajaba como guardia de seguridad en un condominio para ricos (en sur América es bastante común que los chalés adosados sean fortificados y tengan guardia armada constante), y fue testigo involuntario de un arreglo de cuentas entre narcotraficantes; uno de ellos vivía en el apartamento más cercano a la garita en donde montaba la guardia.
Jerry sigue viviendo con el terror de que los protagonistas de aquel delito lo descubran y lo maten.
Marina también fue testigo de algo peligroso; madre de los tres hermanos atletas, trabajaba de secretaria de un ingeniero que construía una carretera en territorio FARC, los “guerrilleros” se oponían a la construcción y lo mataron, amenazada varias veces en Colombia, Marina llegó a Cuenca con todos sus cinco hijos, cuenta su historia con aparente tranquilidad pero no en presencia de sus hijos, los ojos de Marcelo, el más grandecito, son perennemente tristes.

A Benny, homosexual declarado que conducía un programa acerca de los derechos de las minorías sexuales, dos falsos policías le dispararon en las piernas luego de varias malversaciones.
Manuel se ha ido de su país por las amenazas continuas que recibía, la última gota que colmó el vaso fue un coche bomba probablemente destinado a el que pero explotó en el parqueo en donde estaba estacionado, lo cuenta aún con el terror en la mirada.

Las historias fronterizas son muchas, los Aguilar son una familia de treinta personas más o menos, la hacienda en donde vivían todos juntos se ha transformado en una tierra de nadie, ahora viven en condiciones precarias en una casa grande, muchas camas en un único cuarto, un cuarto pequeño en el primer piso, sin ningún tipo de pavimentación para Manuela, su marido y sus hijos.

La Cruz Roja destina veinte litros de agua potable por semana a toda la familia que tiene que utilizar el centímetro para racionarla.

Doña Ana ha perdido una hija de veintisiete años y ahora los nietos están a cargo de ella; Doña Flor ha perdido la nuera, el hijo desapareció, a setenta y dos años está sola con un nietecito de dos años que tiene malformaciones congénitas y que operaron sin éxito alguno. Vive de lo poco que logra cultivar y de la ayuda de ACNUR y socios, especialmente para conseguir atención medica para el niño… tiene los ojos tristes, pero cuando habla con los funcionarios de ACNUR que le cuentan de la existencia de un libro titulado “Doña Flor y sus dos maridos” explota en una carcajada y dice: “Feliz de ella, ¡yo tuve solo uno y me dejó!”.
Un espíritu fuerte, el espíritu de alguien que ha sobrevivido a través demasiadas cosas para quejarse y que podrán lograr también los otros refugiados que han dejado atrás una guerra absurda y no declarada que atormenta a su país, con el tiempo y con toda la ayuda recibida en Ecuador.    El límite de la fotografía es nuestro propio límite
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