El color de la tierra / Txomin Txueka

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"El color de la tierra"

Txomin Txueka

País Vasco
txomin-txueka@terra.es
http://www.pontosdevista.net/author.php
 Volver Hoy es el día en que pasados más de 500 años desde la colonización, los más de 10 millones de indígenas de las más de 40 etnias existentes que conforman "Los del Color de la Tierra", ni siquiera tienen reconocidos sus derechos y culturas en la constitución mejicana.

Los indígenas de las zonas sur-sureste de México, como son Chiapas y Oaxaca, conforman la mayoría de la población de dichas regiones, pero se encuentran a la cabeza de las tristes y frías listas estadísticas de entre los más pobres entre los pobres (cada año 15.000 niños fallecen sin alcanzar la adolescencia), en contraposición a los rigurosos estudios científicos y económicos que certifican de la existencia en dichas zonas de una de las mayores reservas energéticas y biogenéticas del planeta.

Son reiteradas las denuncias de vulneración de los más elementales derechos humanos que realizan las comunidades indígenas contra los grupos paramilitares que, financiados por los grandes caciques y con la permisividad del ejercito y la policía federal, les hostigan para que abandonen sus tierras comunales, sus formas de vida ancestrales "Usos y Costumbres" y lo poquito que poseen.

El 22 de diciembre de 1997, hacia las 11,30 horas de la mañana, la comunidad indígena de Acteal (Chiapas) se disponía a participar en un acto religioso, cuando irrumpieron unos 60 miembros armados del grupo paramilitar "Paz y Justicia", masacrando salvajemente y con total impunidad a 45 indígenas, sobre todo mujeres y niños. A pesar de las reiteradas denuncias de organizaciones pro-derechos humanos y de conocerse la identidad de los autores, todavía varios de ellos se encuentran en libertad sin que se les detenga.

Desgraciadamente son hechos como este, sin voluntad alguna para esclarecer, las que marcaran con una herida una de las crónicas más oscuras de la historia política mejicana.

Chiapas-Oaxaca, Mexico 2001    El límite de la fotografía es nuestro propio límite