Islas Malvinas
Por Tomás Terroba

No quiere ser esta una apología del olvido, es más bien, disculpe la soberbia, un nuevo intento de recuperar el futuro.

De la misma manera que salvamos especies en extinción preservando pequeños cachorros de razas indefensas, guardemos en nuestra oxidada memoria, las imágenes del mundo, que en este instante luchan contra nosotros por sobrevivir.

Este es sin ningún lugar a dudas uno de esos casos. Una minúscula porción de tierra en el solitario Atlántico Sur ha llamado siempre la atención de los argentinos desde tiempos remotos, pero fue en el año 1982 cuando se hizo conocida por el todo el mundo.

La historia es ya sabida y no vale la pena aquí referirse a ella, pero permítanme que les relate los sentimientos y sensaciones de quien visitó las islas dieciséis años después de un trágico desencuentro.

La historia camina apabullante por la desolada turba Malvinense, pero no le hablo de la historia de diecinueve años atrás. Me refiero a aquella del siglo XIX, de hombres a caballo y gauchos arriando ganado a través de inmensas extensiones de campo.

Porque en estas islas, han vivido argentinos. Argentinos como algunos de los que hoy viven allí, dejando una impronta que aunque cueste distinguirla no podrá ser borrada.

Pero aquí viven también isleños con antepasados venidos de tierras lejanas hace mas de ciento sesenta años. Merecen vivir aquí. Han hecho de "estas miserables islas", como las llamara Charles Darwin en el año 1834, un lugar que se aproxima mucho a la idea que por lo menos yo tengo del paraíso. Y le aseguro que no es fácil vivir en ellas los doce meses del año.

Aman esa tierra. La madre tierra o "pacha mama" como la gran mayoría de las hoy agonizantes tribus indígenas llaman al suelo donde pisan. La tierra que, como la madre que al crecer nos alimenta con su propia sabia, con su propia leche, nos abre el camino y nos permite ser libres.

Y aunque se los llame colonia, aunque han tenido que luchar con propios y extraños, son libres en su tierra.

No verá en estas imágenes a ningún isleño, pero estas han sido posibles gracias a ellos, aún las de nuestras 261 amadas cruces blancas.

Me he sentido como en mi casa, cuando así me lo han hecho sentir, en cada lugar del mundo que he visitado. Las islas Malvinas o Falklands no han sido una excepción. No sé que es lo que les deparará el futuro, pero es mi deseo que puedan seguir siendo libres, sin depender de banderas de uno u otro bando.

Tomás Emiliano Terroba Loizaga
(Padre Murphy)
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