El país de arena / Jesús Antoñanzas

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"El país de arena"

Jesús Antoñanzas

Zaragoza, España
fotogaleria@arrakis.es
 Volver Unos chiquillos corretean sin cesar, saltan, dan volteretas, caen, se levantan, vuelven a caer; en definitiva, juegan. Niños que, como en cualquier parte del mundo, disfrutan con sus gritos, sus risas y sus lloros, ajenos al medio que habitan. Nacieron aquí, nacieron presos, presos de un inmenso desierto. La arena caliente, bajo el sol, quema los pies calzados.
Ellos, descalzos, no la sienten. Es un territorio hostil, difícil, duro, es su hogar.

Mahmoud hace los preparativos para servir el té, con calma, sin prisa. El reloj del desierto va muy despacio y esto permite la conversación. Las palabras fluyen por la jaima, la atmósfera se llena de calma, de un sosiego que permite pensar, compartir y aprender.

La hospitalidad y generosidad del pueblo saharaui es una constante. Puedes caminar entre jaimas y las cada vez más pequeñas viviendas de adobe, señal inequívoca de la larga espera de todo un pueblo.
Al entrar en cualquiera de ellas, sus dueños te reciben con inmensa generosidad, primero el agua para refresco del camino, después colonia como obsequio de bienvenida y por último, el té.

Mahmoud nos ofrece el primer té, de los tres que mandan sus milenarias costumbres, cada uno con un significado diferente. El primero amargo, como la vida; algo que aquí adquiere su pleno significado, tras más de 28 años de apesadumbrada existencia en un desierto, por la hospitalidad brindada por Argelia, que no pudo ofrecer más que una vasta extensión de la inmensa hamada al sudeste de este país.

A pesar de las duras condiciones que aquí encontraron en su obligado exilio, han sido capaces de adaptarse al medio. Viven y sufren, disfrutan y sufren, crían y educan a sus hijos y sufren, aprenden y sufren. Han construido en este medio hostil, el embrión del futuro estado saharaui, pero sobre todo sufren, sufren y lloran y sus lágrimas caen en la arena, en el PAÍS DE ARENA.

Añoran sus vidas. Recuerdan su pasado, un pasado que les fue arrebatado por la fuerza de las armas, las armas de la ambición de Marruecos ayudados por la dejadez e indiferencia de sus antiguos invasores, aquellos que primero les obligaron a asumir la condición de españoles, para años más tarde informarles que dejaban de serlo y ofrecerlos en bandeja a sus pasados y presentes enemigos.

Tras una larga conversación saboreando el primer té, Mahmoud procede a preparar el segundo vaso de té, con calma, sin prisas, apreciando de su vida, de la nuestra. Este segundo té es dulce, dulce como el amor. Amores intensos bajo la cúpula de un cielo estrellado, único testigo de amores, nuevos y viejos, amores encontrados en su apuesta por la vida; amores viejos, perdidos en la distancia, por aquellos que quedaron al otro lado en la huida; amores desaparecidos, muertos o prisioneros en las cárceles por defender sus casas, sus familias, sus vidas.

Así transcurre el tiempo. La paz y la tranquilidad van en aumento. Si esto se pudiera exportar, tendrían una enorme fuente de recursos, es lo único que poseen. Mahmoud prepara el tercer y ultimo té. Suave, suave como la muerte.
La muerte de todos los que cayeron para defender su legítimo derecho, de ser lo que nacieron: el pueblo saharaui. La muerte en vida, como decía Mohamed: "mis compañeros en el frente, muriendo en mis brazos, sólo pidieron una cosa: no dejes de luchar hasta que la última mujer y el último niño regresen a nuestro hogar. Y aquí estoy, muerto en vida, 10 años sin poder dirigir mi destino". Una lágrima recorre su arrugado rostro, donde lleva marcados cada uno de esos amigos. Duele, duele profundamente, este pueblo carece de todo, pero sin embargo les sobra dolor, mucho dolor.

El pueblo saharaui ha realizado un esfuerzo sobrehumano por la paz. A costa de hombres como Mohamed e innumerables mujeres y niños, todos juntos han confiado hasta lo inimaginable en las instituciones internacionales y éstas, en 30 años, no han sabido, no han podido o no han querido darles una solución.

Hoy, el proceso de paz, esta pendiente de un hilo, de un finísimo y frágil hilo, a punto de romperse. Conocen el sufrimiento de la guerra, pero muchos, cada vez más, son los que creen en ella como única solución para ser escuchados por el resto del mundo. En contra, intereses económicos, conversaciones políticas, palabras y promesas, muchas promesas en las que han dejado de creer.

El pueblo saharaui se ha adaptado a uno de los territorios más duros del planeta. Hizo y mantuvo la guerra y creó centros de educación para sus hombres, mujeres y niños. De todo esto se debería aprender algo.

Mahmoud nos sale a despedir, nos dice que volvamos cuando queramos, que ésta es nuestra casa. Parece una frase hecha, si no fuera porque verdaderamente nos hemos sentido en casa. Esperamos que su vuelta a casa, a su hogar, no pase por más sufrimiento.

JESÚS ANTOÑANZAS IBÁÑEZ
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