Los promesantes... / M.Caballero

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"Los promesantes de la Difunta"

Marcelo Caballero

Punta Alta, Bs.As., Argentina
marceloc5@yahoo.com.ar
 Volver “No interesa que los sucesos sean imaginarios o verídicos, ya que más que narrar hechos, el mito comunica significados. Lo fundamental es el sentido y para acceder a él es necesario considerar las relaciones de transformación”
María Cristina Krause Yornet, antropóloga sanjuanina

El ritual se repite todos los días sea en bicicleta, en auto, en buses o caminando. A los promesantes no les importa como llegar. Sólo la idea de recorrer de vez en cuando los 70 km. que unen la capital de la provincia de San Juan hasta la zona del Vallecito los conmueve. Estar en las huestes del más importante mito popular argentino religioso de origen indígena que aún el catolicismo no ha reconocido no es poca cosa y ellos lo saben.

El Santuario de la Difunta Correa los espera. Y los promesantes de cualquier lugar del país sin distinciones sociales ni credos religiosos se unen en esta cotidiana ceremonia de agradecimiento y si la memoria no me falla, Semana Santa es el gran momento. En esa fecha más de 50.000 fieles se dan cita alrededor del Cerro del Palo en cuya cima se ha construido una gruta. Y en ella una escultura de la Difunta tendida, con su hijo prendido al pecho izquierdo es la referencia inequívoca de culto para los promesantes.

La historia popular recuerda que allí, en ese preciso lugar, Deolinda Correa encontró la muerte cuando iba en busca de su esposo reclutado por las montoneras del caudillo Facundo Quiroga, a mediados del siglo XIX . Y su pequeño salvó la vida amamantándose con leche de su madre fallecida. Ante este hecho sobrenatural, el tiempo y la memoria colectiva se encargaron de convertir a esta mujer en una santa popular que comenzó a ser venerada a partir de fines de ese mismo siglo.

Y el ritual sigue. Frente a la gruta, los promesantes se dirigen hacia un montículo de rocas que sirve de referencia al cerro y prenden multitud de velas alrededor. Y la cera pronto se derrite y corre por canaletas artificiales hacia un depósito devenido en bizarro lago, unos cincuenta metros más abajo, en pleno Vallecito.

Todo el pequeño cerro está atravesado por una enredadera de escaleras anchas, techadas y adornadas por centenares de devotas patentes u otras partes de automóviles de todo tipo. Los promesantes ascienden y descienden con mucha solemnidad. Peldaño tras peldaño en íntima comunión con la atmósfera. Algunos suben de rodillas, otros lo hacen maravillados en la contemplación surrealista de un increíble sembradío de maquetas de casas, galpones, bodegas, talleres, fábricas puestas allí por miles de devotos.

“Vengo todos los años desde Buenos Aires – me dice Susana, una jovial promesante de 65 años que subió con sus rodillas hasta el santuario – esta vez me acompaña mi marido. Eso me pone muy feliz y voy a devolverle a la Difunta todo esa gratitud”.

Al pie del cerro, una serie de habitaciones rectangulares y sin ventanas configuran el amplio dominio de las donaciones de años. Según lo testifica una de las tantas plaquetas (de 1930 más o menos), que hay en sus paredes , de los beneficiarios por “los favores recibidos de la Difunta”. Aunque la más antigua (data 1885) y como una paradoja del destino está dentro de una capilla de la Iglesia Católica (Virgen del Carmen, patrona de los Difuntos) construida hace muy pocos años frente al Santuario.

Los promesantes visitan con sistemático orden cada una de aquellas “capillitas” de donaciones En su interior las ofrendas son de muy diversa procedencia. Se pueden observar bicicletas, neumáticos, motos, viejos camiones y automóviles del ´40, guitarras, acordeones, uniformes militares, vestidos de novia, muletas y mucha platería.

A toda hora, por la única calle de acceso se aglutinan camioneros, viajantes y choferes de ómnibus de larga distancia que le piden a la Difunta un poco de protección a sus viajes. Para mejorar la circulación, el gobierno provincial ha hecho un desvío pavimentado de 8 kilómetros en la Ruta Nacional N 20 que conecta el lugar con Córdoba y La Rioja.

De a poco el calor va apagando las energías de la gente que elige ir a hacerse un asado en las tantas parrillas del lugar, sentarse bajo la sombra de alguno de los pocos árboles, o van a un restaurante. Los negocios de comida y de artículos alusivos a la Difunta se multiplican por todos lados y todos pelean por ofrecer los mejores precios y servicios a los promesantes. “Hay días buenos y otros malos, pero lo que se hace en Semana Santa rinde para todo el año” dice Juan, un sanjuanino a cargo del puesto 5 de artículos dedicados a la Difunta en la entrada al Santuario.

Los negocios están abiertos un promedio de 15 horas por día, “ a veces trabajamos sólo por la comida” termina diciendo Juan. Como él muchos de los comerciantes viven con sus familias en un barrio construido gracias a la donación de un millonario promesante canadiense. Las 50 casas ubicadas junto a la escuela “República del Paraguay” en el Vallecito le dan al santuario un aspecto de pequeña gran ciudad religiosa en medio de la nada, en el seco desierto sanjuanino.

Y como otra paradoja del destino, unido a la desventura de la Difunta, los pobladores tienen graves problemas con el agua que no hay en la zona y que sólo pueden tenerla gracias a un camión cisterna que les trae tres veces por semana el bendito líquido desde la vecina ciudad de Caucete ubicada a unos 35 km. de allí.

En la fundación del santuario trabajan alrededor de 25 personas que se encargan de cuidar el lugar, abrir y cerrar las capillitas y fundamentalmente guiar a los promesantes a la hora de dejar sus donaciones. “Ahora estaría durmiendo unas siesta si no fuera porque estoy reemplazando a un compañero de trabajo” me dice el más antiguo de los empleados, Nicolás Flores de 62 años. Desde 1967 ha visto pasar por allí a miles y miles de promesantes y conoció a mucha gente importante que ha ido de peregrinación.. “Una vez estuvo el boxeador Carlos Monzón. Donó el pantaloncito con que ganó el campeonato mundial al italiano Benvenuto” recuerda memorioso.

Bajo la calurosa tarde Flores desempolva viejas desprolijidades que se hacían con las donaciones de los promesantes. “Hace unos 40 años este lugar estaba manejado por dos mujeres y todo el dinero pasaba por sus manos hasta que el gobierno provincial desbarató el monopolio y ahora las cosas están mejor” comenta el viejo cuidador.

“¿Viste que algunos lugares están como abandonados? – me pregunta Walter que también trabaja hace mucho tiempo como cuidador de automóviles y vendedor de tortillas- “hace poco vinieron unos españoles y donaron plata… - hace una extraña mueca - y yo nunca vi ninguna mejora en la infraestructura”.

Con una gran confusión en la cabeza me dirijo a las oficinas de la fundación para charlar sobre ese tema con el encargado desde el 2003: Daniel Rojas. Me cuenta que el santuario mueve mucho dinero por año en donaciones y ellos la administran en mejorar los servicios y en el único hotel del lugar. “No soy devoto de la Difunta – me señala este hombre que supo ser funcionario del gobierno en Caucete - Yo sólo respeto a la gente que viene acá y debemos estar al servicio de ella”.

Pero su explicación no me deja mejor que antes y opto por irme a observar a los nuevos contingentes de promesantes que acaban de llegar a la calle principal. Y la escena se repite. A todos se los ve felices con la íntima satisfacción de estar en un lugar santo: en las tierras de la Difunta.

Al verlos me sorprendo una vez más como toda la semana que me quedo allí. Y cuando me voy llego a la conclusión que la Difunta Correa goza de muy buena salud gracias a la fé de los promesantes que al fin de cuentas es lo único que importa

Carlos Marcelo Caballero    El límite de la fotografía es nuestro propio límite
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