Ay, Haiti ! / Lorenzo Moscia

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"Ay, Haiti !"

Lorenzo Moscia

Italia / Chile
lmoscia@yahoo.it
http://www.moscia.cl
 Volver Cuarenta grados de calor, olor nauseabundo, la población más pobre de Occidente. El miedo de no saber si a la vuelta de la esquina se encontrarán rebeldes armados, ex militares desconfiados, chimeres –fantasmas en creole, partidarios del depuesto Presidente Aristide–; una manifestación álgida contra o a favor de lo que fuere, una ceremonia vudú, un cadáver. Son las sensaciones inevitables para el extranjero en Haití, país saturado por el caos que este año, tras la caída de Aristide en la insurrección organizada por el grupo de los 183 (número de las organizaciones en su contra), requirió otra vez las fuerzas de paz de Naciones Unidas para no caer en la guerra civil.

Hace doscientos años Haití fue la primera nación negra en independizarse del mundo: echaron a los franceses tras catorce años de lucha. Pero en dos siglos sólo eligieron libremente a un Presidente, Jean-Bertrand Aristide. El ex sacerdote católico, líder del movimiento Lavalas, ganó fuerza tras la caída del dictador Juan-Claude Duvalier. Fue electo en 1990 y logró cierta estabilidad –logró superar el golpe militar en 1994–, pero fracasó totalmente en lo económico. Sus partidarios acusan falta de apoyo por parte de Estados Unidos; sus detractores lo culpan de convertirse en dictador e incluso en traficante de drogas. Ese es otro de los grandes problemas de Haití (además del descontrol de las armas, el sida, el analfabetismo): es un paso para la cocaína, que lo ha corrompido todo.

Quinientos cuarenta soldados chilenos colaboran desde hace seis meses en la misión de paz de Naciones Unidas. El objetivo es que se hagan elecciones libres de todas las autoridades lo más luego posible, y para eso hay que frenar la violencia. Los chilenos relevaron a los franceses, representantes de la opresión colonial, y por eso de inmediato fueron bien vistos por el pueblo. Patrullan al menos seis veces al día montados en tanques Mowag por los barrios más pobres y conflictivos. Las tropas están instaladas al norte, en Cap Haitien, lugar donde bandas armadas, ex militares, traficantes de armas y drogas –todos en pugna con una policía débil–, hacen peligrar la vida diaria de la gente. Algunos chilenos se están desplazando a Fort Liberté, a cuatro horas por tierra hacia República Dominicana, donde existe otro foco armado.

El 80 por ciento de los casi ocho millones de haitianos se consideran cristianos (la misma proporción viven en la pobreza extrema), y la religión se ve en todas partes. Hay iglesias católicas, pentecostales, evangélicas y bautistas, pero todos practican el vudú, un sistema de ritos de origen africano que no tiene que ver con la magia negra, como suele pensarse. Los motivos de esta consideración diabólica son evidentes: mujeres y hombres que entran en trance y se sumergen en pozos de barro donde sacrifican cabras en favor del Baron Samedi, el dios de la muerte de la mitología vudú que recorre los cementerios vestido con frac y sombrero de copa fumando un puro. La muerte aquí está más cerca.

Lorenzo Moscia
Septiembre de 2004    El límite de la fotografía es nuestro propio límite
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