FotoRevista ¦ 23 años en la web
Hace muchos años formaba parte del equipo de investigación de un Instituto dedicado al estudio de
Un día se presenta una señora de unos 65 años angustiada y nos relata que en la casa que habitaba, en Pompeya, venían ocurriendo fenómenos inexplicables, localizados principalmente en el dormitorio y en horario nocturno: adornos que salían disparados del televisor, voces, golpes, entre otros.
Hacia unos meses había fallecido su esposo y asociaba los fenómenos al deseo de éste de comunicarse. Pero tenia miedo, mucho miedo.
Aceptamos investigar y comenzaron como siempre largas baterías de tests, entrevistas, “cazabobos” para descartar personalidades psicóticas, fabuladores, etc. Aprobada esta etapa, acordamos comenzar la investigación de campo y hacia su casa nos dirigimos una fría noche de invierno.
Colocamos los grabadores y mientras la señora recorría la casa con mi compañero, empecé a sacar fotos de cada lugar, aún de aquellos donde los fenómenos no se manifestaban. Usaba una réflex Olympus y película diapositiva de alta sensibilidad para evitar el flash y posterior manipulación del film. La luz era la artificial de la casa.
Nos retiramos a la madrugada sin haber presenciado ningún fenómeno. En realidad en todos los años de investigación, si bien obtuve resultados relevantes en laboratorio, nunca presencié ningún fenómeno psicoquinético en campo.
Al despedirnos, la señora nos comentó que en los próximos días viajaría a visitar a un familiar y que por un mes no iba a estar, comprometiéndose a llamarnos ni bien regresara a Buenos Aires para continuar la investigación y someterla a una sección de hipnosis.
Tardé unos días en retirar la película del laboratorio fotográfico, tenia la sospecha que no pasaría nada. Una vez en el Instituto, comenzamos a ver la tira a contraluz. Fotos de la cocina, del baño, del patio, del comedor. Nada anormal. Y a continuación fotos totalmente oscuras. “¿Qué paso acá?, son las del dormitorio”-. Recordamos que la luz central y los 2 veladores estaban prendidos, pero todo era negro. Y ahí no terminó nuestra sorpresa. En la ante-última foto una figura blanca, parecida a un busto de mármol con luz propia y sin rostro, rompía la oscuridad en el costado derecho del fotograma, lugar que correspondía a la cama. La última foto, normal, era del frente de la casa.
Las proyectamos en pantalla grande buscando detalles, escuchamos minuciosamente las grabaciones. Nada. Ansiosos esperábamos la llamada de la señora para volver a la casa. Y el día por fin llegó y la señora nos dijo textualmente: “Regresé hace una semana y les estoy totalmente agradecida porque desde que ustedes vinieron, los fenómenos desaparecieron”. Y se despidió, deshaciéndose en elogios y prometiendo que si se repetían, avisaría de inmediato. Nunca volvió a llamar.
Por ética no pudimos contarle que algo había ocurrido porque para ella el problema estaba solucionado y su miedo desaparecido.
Pasaron los años, el Instituto se cerró y con él el misterio de esa noche en Pompeya. FotoRevista no asume ninguna responsabilidad por el contenido esta nota,
