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Himeneo

Publicado: 18-08-2010
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Por: Osvaldo Jorgensen

Buenos Aires, Argentina
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  Tweet Se posó suavemente en la rama más alta del esbelto álamo del bosque y esperó una vez más el paso de la hermosa criatura que desde hacía varios días había trastornado su existencia.

¿Qué le estaba ocurriendo? Nunca antes le había pasado algo semejante. En los largos vuelos en compañía de sus congéneres conoció y jugueteó con diáfanas libélulas de estilizada figura y alas multicolores, ligeras como el viento y hermosas como las espigas que se mecían en el campo, Pero desde aquella tarde en que contempló por primera vez el raudo vuelo de aquella por la cual suspiraba ahora, se apartó de su grupo y se instaló solitario en el árbol en el que estaba ahora posado.

Ya debía estar por llegar; una extraña sensación, mezcla de ansiedad y emoción, volvió a embargarlo, per-turbando sus sentidos e impidiéndole todo razonamiento o actitud a asumir ante su presencia.

Cuando oyó el lejano aleteo –que podría distinguir aún en medio de un enjambre- se puso tenso. No podía esperar más. Hoy tenía que decidirse y volar hasta ella.

Qué curioso… pensó; él, que siempre se vanagloriara de haber conquistado a quién se propusiera, ante el solo aleteo de su amada se sentía tembloroso y sorprendido como la crisálida que se ha convertido en mariposa.
Por fin la vió… contempló su afinado cuerpo, de un rojo intenso, reflejando los brillantes rayos del sol, mientras sus delicadas alas se movían tan velozmente que parecían invisibles

¡Tenía que hacerlo! No podía dejar pasar un día más sin volar hasta su desconocido amor y hacerlo suyo.
Aleteó primero suavemente y luego, con toda fuerza se lanzó hacia arriba. Subió y subió al encuentro del motivo de sus desvelos, refulgente sobre el cielo azul.

Pero en su euforia amatoria no se había dado cuenta de que lo que constituyera durante días y días el motivo de su pasión no pertenecía a su especie, y sin darle tiempo a reaccionar, fue succionado violentamente por el torbellino producido por las palas del helicóptero que periódicamente recorría esa zona en vuelos de rutina, haciéndolo girar y girar enloquecidamente hasta que se desintegró en mil fragmentos.

Los restos de sus transparentes alas, brillantes y ligeras como el polen que lleva el viento, quedaron en suspensión por algunos instantes, para caer y depositarse finalmente sobre las ramas del esbelto álamo del bosque en el que durante tanto tiempo había esperado el momento de desposarse con su amada.

OSVALDO A. JORGENSEN    FotoRevista no asume ninguna responsabilidad por el contenido esta nota,
siendo su autor el único responsable de la misma.
  

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