POR LA FUERZA DEL TRABAJO (1860-1940)
Ya en el año 1864, la antigua Biblioteca Pública de Buenos Aires –hoy Biblioteca Nacional–, por entonces bajo la dirección de José Mármol, recibía su primera donación fotográfica, nada menos que la obra encuadernada Recuerdos de Buenos Ayres del francés Esteban Gonnet; fue éste el primer álbum dedicado a la ciudad por el novísimo proceso negativo-positivo y en el que ya se incluían imágenes sobre el mundo del trabajo y la producción.
A partir de esa fecha, y de manera creciente, la Biblioteca Nacional "Mariano Moreno" ha recibido fotografías nacionales y del extranjero, ingresadas bajo el régimen de donaciones institucionales y particulares, o por el sistema legal del derecho de autor.
Ante la magnitud de este acervo, en el año 2005 se creo la División Fototeca “Benito Panunzi”; la cual atesora fotografías de los siglos XIX y XX de distintas procedencias, tanto sueltas como incluidas en álbumes temáticos, colecciones de negativos, y hasta un fondo de postales fotográficas directas o por impresión fotomecánica. La Fototeca se complementa con una importante biblioteca y hemeroteca temática con más de 3.000 volúmenes sobre todos los aspectos de este nuevo arte, con títulos argentinos y del resto del mundo, el cual funciona bajo el régimen de estantería abierta. Es una de las pocas bibliotecas especializadas existentes en el país de consulta libre y gratuita.
La exposición “Por la fuerza del trabajo (1860-1940)” es la primera muestra fotográfica organizada por la Fototeca en base a su propios archivos, y realizada gracias a la incorporación de equipos propios de digitalización de última generación. Así, la puesta en valor de estas fotografías de indudable importancia histórica y documental, pueden ahora y por su gran formato, ser apreciadas en detalle por investigadores y público en general.
La elección del tema está directamente relacionada con aspectos actuales del mundo del trabajo; de esta manera las antiguas fotografías sobre los trabajadores hacia mediados del siglo XIX y principios del siglo XX, funcionan como ámbito de reflexión y como un puente histórico-visual entre aquellas y estas nuevas realidades.
La evolución de la fotografía en la Argentina estuvo ligada directamente a su expansión económica, en consecuencia no se puede hablar de un desarrollo lineal de esta actividad, sino de procesos económicos que atrajeron puntualmente a los fotógrafos. Muchas de las fotografías seleccionadas fueron tomadas en aquellas provincias que se destacaron tempranamente como polos de producción ganadera, agrícola, minera y finalmente industrial.
En rigor, los registros del trabajo ya se inician en la década de 1850; por dar dos ejemplos, diremos que el Museo Histórico Nacional atesora un magnífico daguerrotipo donde se aprecia a un grupo de obreros demoliendo el antiguo fuerte de Buenos Aires -actual sede de la Casa de Gobierno- mientras el Museo de Luján cuenta con otro daguerrotipo, de 1860, que muestra un grupo de paisanos y estancieros con sus típicos elementos de trabajo.
Ya hacia la etapa de los ambrotipos, se cuenta con el extraordinario hallazgo de una colección de seis obras dedicadas a temas camperos. Son registros de 1860 sobre la Estancia “Los Yngleses”, en la región del Tuyú, donde George Corbett rescata el trabajo de la esquila y otras faenas.
El retrato ocupacional, es decir aquel cuyos elementos proporcionan información concreta sobre la profesión de la persona representada, fue un género que se difundió a partir de la década de 1860, gracias a la populares carte-de-visite; que aportan interesantes imágenes de personas posando con sus elementos de trabajo, algunos ejerciendo incluso profesiones liberales, como la de periodista, farmacéutico, fotógrafo o agrimensor.
Con la irrupción de la nueva fotografía, por el proceso negativo-positivo, gracias al adelanto de las placas húmedas al colodión y las copias fotográficas en papel albuminado, se inicia una rica etapa documental; por primera vez los fotógrafos se aventuran fuera de sus estudios y, con sus pesados equipos de toma y revelado, se trasladan en carruaje por los intransitables caminos de la época, transportando aquellos frágiles vidrios para negativos, que debían emulsionarse instantes antes de la exposición, tarea que se efectuaba en la más completa oscuridad en el interior de aquellos improvisados laboratorios callejeros.
Es a partir de esta etapa que las actividades primarias de la economía argentina comenzaron a ser documentadas por esos pioneros de la cámara que tenían como punto de partida los estudios fotográficos instalados en el centro de las principales ciudades, desde donde partían a fotografiar los distintos oficios urbanos o “tipos populares” que, como los vendedores ambulantes, aguateros, lavanderas o pescadores conformaban una galería de personajes típicos de la época.
Este relevamiento sobre el trabajo urbano se complementaba avanzando sobre la realidad de extramuros como las tareas características que en las afueras de la ciudad eran realizadas en mataderos, saladeros, curtiembres y pequeños astilleros.
Finalmente, también existieron iniciativas para capturar el vasto mundo del trabajo en las estancias; gauchos y peones fueron registrados por aquellos gringos misteriosos que, con sus ostentosos aparatos, congelaron las rudas tareas de la doma, la yerra o el rodeo; destacándose como precursores el francés Esteban Gonnet y el italiano Benito Panunzi, con obras de excelente factura.
Fue Christiano Junior uno de los más talentosos fotógrafos del siglo XIX, con actuaciones en Brasil, Uruguay y Argentina. Aquí se instaló hacia 1867 con un emblemático atelier sobre la calle Florida y a su labor retratística sumó un prolijo relevamiento de Buenos Aires y sus alrededores, luego volcado hacia 1875 y 1876 en dos álbumes fotográficos de excelencia y con textos explicativos en cuatro idiomas.
Así mismo, Junior también se dedicó a retratar en su estudio a los humildes inmigrantes europeos, en especial los trabajadores ambulantes que, como “El naranjero”, demuestran la fuerza expresiva de su cámara. Del mismo modo registró con una mirada costumbrista los pescadores y sus redes tiradas por caballos en el bajo de la Recoleta, y el moderno dique seco de San Fernando y sus obreros navales.
Un caso único en la historia de la fotografía argentina y universal es el proyecto realizado por Tomás Bradley; este militar y fotógrafo -hermano del legendario daguerrotipista Walter Bradley- realizó por encargo del Dr. Dardo Rocha, nada menos que la documentación fotográfica sobre el nacimiento de ciudad de La Plata. Sus tomas de gran formato abarcan desde la piedra fundamental en 1882 hasta las vistas, varios años después, de la moderna ciudad con sus agrimensores y ejércitos de albañiles, como así también el trabajo de los obreros en las obras complementarias del Gran Puerto de La Plata.
Entre los denominados fotógrafos de frontera, hay que mencionar a Félix Corte; este retratista italiano de Rosario acompañó entre marzo y abril de 1887 el viaje de Gabriel Carrasco, director y comisario general del censo provincial. Las 26 vistas a la albúmina obtenidas sobre aquella árida región conforman el álbum denominado “El Chaco santafesino”, entre las que se destaca la serie de Colonia Ocampo, con registros laborales de aserraderos, transporte ferroviario y fluvial de la madera y la destilación de aguardiente.
Samuel Boote, hijo de inmigrantes ingleses, fue -junto con su hermano Arthur- el más prolífico editor de álbumes fotográficos del siglo XIX. Recorrió con sus cámaras buena parte de nuestra geografía, haciendo foco sobre las tareas del campo. A sus numerosos títulos hay que sumarle un inusual álbum dedicado a la educación que se presentó en la célebre Exposición Universal de París de 1889 bajo el nombre de “República Argentina. Consejo Nacional de Educación. Vistas de Escuelas Comunes. 1889”; sus 41 albúminas de gran formato resumen el panorama educacional argentino que, dos años antes, contaba con 2.995 escuelas públicas y privadas, 5.991 maestros, y un total de 215.250 alumnos.
Un valioso fotógrafo del interior fue Ernesto H. Schlie, hijo de inmigrantes alemanes radicados en la colonia agrícola de Esperanza, que en 1887 ya se encontraba en actividad siendo considerado el primer profesional afincado en Esperanza. Su obra cumbre fue el relevamiento fotográfico del desarrollo agroindustrial de Santa Fe, volcada en varios álbumes y realizada entre 1888 y 1892, abarcando 46 colonias y ciudades que documentan la saga de aquellos pioneros de la denominada “pampa gringa”.
Ceferino Rafael Machiavelli se inscribe entre los precursores fotográficos de San Miguel; este italiano oriundo de Florencia se dedicó a dos oficios en forma simultánea: regenteaba la conocida sastrería “Al cielo argentino” y en el mismo local funcionaba el estudio fotográfico. Su clientela predilecta estaba conformada por la guarnición de Campo de Mayo, donde jefes, oficiales y tropa desfilaban ante su cámara para el clásico retrato de uniforme. También registró las maniobras del ejército, que se conservan en álbumes de principio del siglo XX, con imágenes de trabajo sobre obras de ingeniería militar.
La obra de Federico Kohlmann cobra mayor protagonismo a medida que avanzan los estudios sobre la fotografía argentina. Inmigrante de origen alemán, realizó entre 1920 y 1940 una vasta documentación fotográfica de las características urbanas, rurales, geográficas, paisajísticas, sociales, antropológicas y costumbristas de nuestro país. Es interesante señalar que editó comercialmente esta voluminosa colección principalmente en el formato de postal fotográfica (post-card), de gran popularidad hacia la época, con énfasis en su derecho de autor sobre las imágenes.
Si bien recorrió buena parte de nuestro país, resulta evidente la fascinación de Kohlmann por la Patagonia, cuyo dilatado territorio y sus habitantes fueron plasmados con la apasionada visión de un cronista enamorado. Son magníficos sus paisajes enmarcados en la agreste geografía del sur, así como el trabajo en las estancias, en especial sobre la actividad lanar, desde los arreos y la esquila hasta el transporte del “oro blanco” en carretas y su embarque.
Su luminoso objetivo apuntó sobre aquella increíble realidad del fin del mundo, desde la extracción de petróleo en Comodoro Rivadavia hasta el trabajo forzado de los penados en Tierra del Fuego.
Debemos a Foto “Castillo de Tucumán” una colección de postales fotográficas editadas hacia 1937, son registros sobre la actividad agropecuaria local, con énfasis en las tareas vinculadas a la caña de azúcar, incluyendo los grandes ingenios.
Con sello de Foto “Gómez” se puede apreciar hacia 1940 la actividad de un frigorífico modelo de Gualeguaychú, Entre Ríos; con imágenes sobre inspección sanitaria del ganado, el trabajo de los veterinarios, los controles con microscopio del laboratorio o la higienización de las reses.
A las obras sobre trabajo y producción de los nueve autores citados, debemos sumar también imágenes seleccionadas de fotógrafos profesionales y aficionados, cuya identidad lamentablemente se ha perdido, pero que aportan con solvencia una serie de registros imprescindibles para la exhibición de “Por la fuerza del trabajo”.
Gracias a los fondos de las distintas colecciones atesoradas por la Fototeca “Benito Panunzi”, podemos apreciar en la presente exposición fotográfica todo aquel complejo mundo del trabajo y la producción desde la década de 1860 hasta 1940. Son registros de carácter histórico y que muestran variados aspectos sobre labores y oficios de aquellas tecnologías de antaño, pero que, en su momento, posicionaron a la República Argentina como la octava economía del mundo.
Abel Alexander