Tema: Temas Varios - Enviada el 11/07/22 a las 14:48:18 - Obra N° SFOT220711144818
"Primera vez."
Primera vez.
Ahí estábamos. Sentados en la piedra, en el borde del acantilado, mirando al horizonte con las piernas bailando en el vacío. Consumiendo tiempo en silencio. Atentos a la música que regalaba el mar con el batir de las olas, golpeando la base del despeñadero una vez y otra vez y otra…, llevándose la vida de la piedra, arrebatándosela al acantilado, enseñando a quien quisiera ver, que su fuerza devastadora era capaz de tragar cualquier táctica defensiva.
• Cuando me siento cerca del abismo, siento el tirón que lleva al pasado -
Dijo sin girar la cabeza, con voz queda y mirada perdida en un lejano espacio del tiempo. En ese espacio donde se guardan y se intenta enterrar recuerdos que uno quiere borrar. Pero, como sabemos, por muchas capas con que los cubramos, ellos siempre asoman. Se meten en la mochila pegada en la espalda, cargada durante nuestro camino. Solo podemos desprendernos de ella justo al final, cuando todo se desvanece.
Lo mire en silencio y asentí con un ligero movimiento.
• Recuerdo la primera vez que viví la muerte -
Esta vez marcó un atisbo de sonrisa y siguió mirando la línea lejana.
• Llegué por la mañana, había viajado toda la noche en el viejo coche. La colcha de cuadros no bastó para calentar mi cuerpo amenazado por un viento frío que se colaba por las puertas desajustadas. Así que puedes imaginar cómo estaba. Era un zombi vivo con el cuerpo entumecido. -
Me observó comprobando que le seguía. Necesitaba un escuchador que recogiera y guardara su vivencia. Quizás, Este, algún día la transmitiera a otro escuchador, y así perdurara en el tiempo. Quizás pensó que yo era bueno para llevar a cabo tal empresa.
• Apenas tuve tiempo para calentarme con un café y ya me encontré formando parte del grupo que se dirigía al cementerio para ser testigos de la exhumación de aquel que debía acompañar a la finada en su viaje a la eternidad.
Extrajeron el ataúd y al dejarlo sobre el suelo se convirtió en un largo rectángulo de polvo y astillas en el que reposaba un traje raído que contenía lo que en su día fue un cuerpo joven. El enterrador extendió una sábana al lado, cogió los zapatos resecos, de suelas despegadas y comenzó a sacudirlos encima de la tela. Cayeron polvo y pequeños trozos de hueso. El trabajo continuó de forma metódica, del extremo inferior a la cabeza, cada parte del traje que se tomaba era sacudido formando un montículo de polvo, hueso y tela, que se unía a los anteriores. Cuando llegó a la calavera, esta era la única parte que se conservaba entera. Mostraba de forma clara y acusadora el orificio de bala, aquella que fue disparada a quemarropa y por la espalda. “Esta es otra historia que me contaron más tarde y que ahora no viene a cuento sacarla a la luz” Cuando ya no quedo ni traje ni hueso que sacudir, plegaron la sábana, anudaron las esquinas y formaron un pequeño ato que fue guardado hasta que se colocara en la nueva barca junto a la finada. –
Quedó en silencio, tratando de ver en la nada. Parecía no percibir mi presencia. Bajó la cabeza mientras seguía manteniendo una suave sonrisa.
• Con la tarde llego el acto final. La gente llenó todo el espacio entre la casa y la plaza. Era un tramo largo donde el silencio se convertía en sonido sordo. Los porteadores llevábamos la caja al hombro repartiendo el peso. El alma no sé cuánto pesa, algunos dicen que poco, pero os aseguro que un muerto pesa mucho. Caja, muerta y porteadores avanzábamos como una barca cortando el agua. La multitud se apartaba abriendo paso. Conforme navegábamos llevando la barca por encima de las cabezas, la gente volvía cerrarse y nos seguía como si empujaran al cortejo.
En eso estaba yo, cargando una caja con una muerta dentro, cuando me pareció oír unos lejanos golpes, toc, toc, toc… seguidos de un ligero balanceo de la carga. Una sensación extraña me acompañó un momento. Continúe manteniendo el peso con el hombro ya dolorido por el esfuerzo, mientras mis pasos marcaban el sentido de la marcha. Toc, toc, toc,… otra vez los golpes pero esta vez más marcados y un balanceo más intenso del cajón casi me desequilibró. Note la sangre escapándose de mi cerebro y un frio que se apoderaba del cuerpo, intenté controlar y controlé mis reacciones. Toc, toc, toc,… los golpes se repetían en espacios más cortos, más fuertes, más imperiosos y el balanceo más violento. Mi cuerpo se iba descontrolando, mi fuerza se perdía, comenzaba a dominarme el miedo. Toc, toc, toc,… con el sonido llegaron mensajes para que comprendiera, “la muerta estaba viva”, “la muerta no quería estar muerta”, “la muerta tenía miedo a la muerte”, “no deseaba hundirse en la nada” “la muerta no se daba cuenta…” El pánico comenzó a dominarme, me faltaba el aire, la respiración se hacía difícil, el cuerpo lo perdía… No quería seguir el camino emprendido por la pasajera de la barca. Aún era joven, tenía tanto que vivir… Toc, toc, toc,… El cuerpo me fallaba, me estaba yendo.
Note una mano que aferraba mi hombro libre y una voz apremiante repetía: debes dar el relevo, te están pidiendo relevarte en el puesto que ocupas. -
Nos miramos, ninguno de los dos habló. Él sonrió y encogió los hombros. Volvimos a contemplar el horizonte, sentados en la piedra al borde del acantilado con las piernas bailando en el vacío.
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Juan Beas
