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Carlos Gardel, el profesor Washington Cabrera Fernández y el Pardo Menéndez

Publicado: 02-06-2009
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Por: Becquer Casaballe

Buenos Aires, Argentina
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  Tweet Tengo mis dudas que exista otro cantor en el mundo que goce de la fama y el recuerdo de Carlos Gardel, muerto hace más de 70 años. Sus discos siguen vendiéndose y sus composiciones, con los versos del brasilero Alfredo Le Pera, forman parte del repertorio de cualquiera que cultive el género.

Nos alcanza esa sonrisa amplia y eterna gracias a las fotografías que le hizo José María Silva en 1933, en Montevideo, dos años antes de su muerte. La cadencia de su figura en movimiento está en el celuloide, donde desde la pantalla nos canta y conmueve como nunca nadie lo podrá hacer.

Me contaba el Pardo Menéndez, que lo único que tenía en común con Gardel su adversión por el tango, que en realidad el Zorzal no había muerto en Medellín aquella trágica jornada de junio de 1935 cuando el trimotor Ford chocó con otro avión y se prendió fuego.

El Pardo afirmaba ante quien lo quisiera escuchar que Gardel había vivido mucho tiempo refugiado en el Uruguay, en una casita de ladrillos con techo de chapa levantada sobre la desembocadura del río Santa Lucía, apenas pasando el puente de fierro que se menciona en "El violín de Becho”, simulando ser pescador y cartonero.

Con el rostro desfigurado por las quemaduras y cortes en los brazos y manos, que le impedían tocar la guitarra, era asiduamente visitado por Rosita Calcagno Cueto, una de sus admiradoras y más fieles mujeres como nunca tuvo el Zorzal y como ya jamás podrá tener.

Ella, Rosita, le había contado esa historia al Pardo cuando estaba en su lecho de muerte, ya muy anciana y desencantada de la vida. Sin embargo, Gardel le había propinado todo el cariño y hasta le dedicó unos poemas que aun son inéditos y que lo serán siempre, ya que se han perdido en aquella creciente del '59.

Como prueba, Rosita solía mostrar un reloj, según el Pardo un Patek Philippe de oro, que Gardel le obsequió, así como una foto donde ella aparece a su lado, sentada en el borde de la cama sosteniéndole el brazo aunque a él no se le ve el rostro ni el resto del cuerpo porque esa parte de la imagen se oxidó y quedó toda manchada.

Yo, sin embargo, descreía de esa historia porque el Pardo es muy afecto de tejer relatos donde su imaginación construye hechos, transforma otros y de eso resulta una ficción con ciertos elementos de la realidad que le otorgan verosimilitud pero que no son la verdad. Hablaba sosteniendo la mirada y con la voz pausada y quemada de tanto mate amargo, dando algunos detalles de lo cotidiano como suelen hacerlo los pescadores.

El Pardo contaba, después de beber copas de ginebra que pagaban sus amigos, que Gardel medio en pelotas porque sus ropas estaban en llamas pudo saltar por una de las ventanas y en la confusión de aquel enredo fue llevado a un hospital donde se creyó que se trataba de uno de los mecánicos del otro avión. Ahí le hicieron las curaciones y al otro día, cuando salió del estado de coma (que no se sabe si se produjo por las quemaduras o porque se tomó todo el alcohol que la enfermera usaba para desinfectarlo), al ver en los diarios el revuelo que su muerte, o mejor dicho, su supuesta muerte había causado, no quiso darle otra desilusión al pueblo que tanto lo lloraba con sentida pena y dolor.

—"Mire, Rosita, si yo aparezco con la cara quemada al extremo que solo por los dientes se me podría tal vez reconocer, no me iban a creer. Esos bardos rían a decir que yo era un farsante, que venía por la plata y nada más, porque ni huellas dactilares me quedaron", dice el Pardo que Gardel le contó a su admiradora.

“Tengo miedo del encuentro
con el pasado que vuelve
a enfrentarse con mi vida.
Tengo miedo de las noches
que, pobladas de recuerdos,
encadenen mi soñar.
Pero el viajero que huye,
tarde o temprano detiene su andar.
Y aunque el olvido que todo destruye,
haya matado mi vieja ilusión,
guarda escondida una esperanza humilde,
que es toda la fortuna de mi corazón”

Entonces yo le pregunté a Don Menéndez como pudo Gardel hacer algo así, dejar sufrir a su madre Berta que había perdido lo más sagrado que tenía, dejándola desconsolada.

Pero hasta para eso tenía una explicación:
—"En realidad Berta sabía toda la verdad y le siguió el tranco. Por eso que viajaba tan seguido al Uruguay, era para visitarlo y, de paso, jugaba unos boletos en Maroñas con las fijas que le pasaba". Al final de cuentas, igualmente murió joven, en 1945, como resultado de una complicación pulmonar por una infección mal curada.

Es que se había dedicado a la bebida y el tabaco sin ningún control ni límites. Tosía todas las mañanas y atardeceres, y se desplomaba en la cama golpeado por el alcohol. Igualmente, tuvo un hijo pero no lo pudo inscribir con su propio nombre porque ello lo habría delatado. El hijo se dedicó a tocar el violín y Alfredo Zitarrosa, pasado el tiempo y conocedor de tales rumores, llegó a dedicarle una canción que menciona el viejo puente de fierro y el pajonal.

Debió haber sido muy angustiante para un hombre tan sociable como era Gardel, ver crecer el mito y tener que permanecer ajeno a su propia gloria, lo cual de alguna manera habla de su humildad y de que estaba convencido de que la fama es puro cuento.

Un día hablando con el historiador uruguayo Washington Cabrera Fernández, autor del libro "El Mito de Carlos Gardel en Prosa", me atreví a deslizarle aquello que el Pardo me había contado, y me sorprendió con su respuesta:

—"Eso es un secreto a voces que lo sabía todo el mundo, pero nadie quería patear el tablero y destruir un negocio de millones, porque: ¿usted sabe como subieron la venta de discos, fotos, calendarios, camisetas, llaveros y estampitas con la imagen grabada del Zorzal? La caida del merchandising habría puesto en riesgo a medio barrio del Once y en una de esas hasta salpicaba a la Bolsa de Comercio".

—"Además -prosiguió-, los argentinos y uruguayos necesitaban un mito en plena crisis del 30 y el accidente de Gardel les vino como anillo al dedo a los conservadores. Todo fue una maniobra de los fascistas. Golpe de Estado en Argentina en el 30, fraude de elecciones en el 32 con el general Justo, Golpe de Estado en 1933 en el Uruguay, Hitler, Mussolini y Churchill en Europa. ¡¿No se da cuenta usted que el pueblo estaba por llegar al poder como sucedió después en Francia con el Frente Popular y en España con los Republicanos?! Salvando las distancias, Gardel fue como el Tinelli de esos años: el personaje justo para distraer la atención de los verdaderos problemas".

Yo no podía salir de mi asombro de escuchar lo que el hombre expresaba. Primero aquella leyenda realmente increíble de un Gardel que había sobrevivido al terrible accidente en Medellín, y que semejante mentira pudiera ser sostenida durante décadas, y ahora esa tesis de que formaba parte de un complot de la derecha para perpetuarse en el poder o, por lo menos, atenuar las luchas obreras de aquellos años. Me quería convencer de que Gardel no había sido otra cosa que un instrumento de la Sociedad Rural y de la Liga Patriotica, en lugar de un cantor de tangos, único y eterno al que todos adoramos.

—"Mire, Cabrera -le dije alzando la voz-, yo comprendo que Gardel haya sido simpatizante de los conservadores y que rumbeaba para ese lado, pero también nos dejó algunas letras de contenido social que dicen lo contrario, como aquella que menciona al viejo que emborracha a Lulú con su champán mientras le niega a un pobre obrero un pedazo más de pan. Eso es militancia pura", le dije, "casi un anarquista, así que no me venga con teorías conspirativas y maquiavélicos manejos de cadáveres porque entonces, ¿quien está enterrado en Chacarita, Eh?

—"Sólo un exámen de ADN, ya que de lo que hay certeza es de su madre, Berta, que también está en la misma bóveda de Chacarita", me respondió lacónicamente el Profesor, sorbiendo su pipa y dejando escapar el humo por las orejas (viejo truco que siempre usaba para desconcentrar a su interlocutor pero que conmigo no tenía ningún resultado).

—"Pero también lo del ADN es relativo –continuó diciendo-, ya que hasta existen dudas de que Berta Gardés sea realmente su madre sino que pudo haber recibido en adopción al pequeño Carlos, quien probablemente sea hijo de un acaudalado hacendado de Tacuarembó que fue comandante militar de la región y de una sobrina, hija de su hermana menor, lo que hacía incestuosa aquella relación pero, como comprenderá, no puedo darle nombres ni precisiones ya que afectaría a los descendientes y yo no estoy para armar quilombo. En todo caso, mis conclusiones serán publicadas después de mi muerte. He dejado instrucciones en ese sentido en una escribanía donde están depositados mis manuscritos, cuyos derechos irán a parar al Hospital de Niños para que no digan que he querido lucrar con semejante revelación".

Cuando Cabrera Fernández hablaba de manuscritos, efectivamente a eso se refería, porque era uno de los pocos intelectuales que aún continuaba escribiendo con su pluma fuente Montblanc y llevaba en una libretita con espiral sus anotaciones realizadas con lápiz de tinta, de esos que para activarlos hay que pasarles la lengua por la punta y que ensucian las camisas.

¿Así que además de haber sobrevivido al accidente de Medellín me salió con esa de que era hijo ilegítimo de un militar y hacendado oriental?

-Mire, Fernández Cabrera –le dije con los puños crispados de tanta indignacion-, si Gardel hubiera sido uruguayo como usted sugiere, en lugar de haber cantado “Mi Buenos Aires querido” habría sido “Mi Montevideo querido”…

-“Tacuarembó, estimado señor, Tacuarembó”, interrumpió el Profesor con una buena cuota de cinismo.

“Mi Buenos Aires querido
cuando yo te vuelva a ver,
no habrás más pena ni olvido”.

“El farolito de la calle en que nací
fue el centinela de mis promesas de amor,
bajo su quieta lucecita yo la vi
a mi pebeta, luminosa como un sol.
Hoy que la suerte quiere que te vuelva a ver,
ciudad porteña de mi único querer,
y oigo la queja
de un bandoneón,
dentro del pecho pide rienda el corazón”.

El diálogo no daba para más. Al Pardo lo comprendo, porque le gustaba fantasear con relatos que tenían cierta relación con cosas vividas ya que, como tan bien lo expresa Borges en "La poesía y el arrabal" citando a Mr. Coole: "una de las maravillas de la literatura es que lo imaginado por un hombre llegue a ser parte de la memoria de otros".

Pero muy diferente es que esas fantasiosas teorías estén sostenidas por un intelectual como el profesor Cabrera Fernández y que en una de esas hasta pueda repetirla delante de sus alumnos en su cátedra de Historia de la Música Popular, el Tango y demás Mitos Urbanos, en el Museo Social Vázquez Ferreira.

No se que ha sido de la vida de Cabrera Fernández ni si los manuscritos alguna vez fueron publicados, si bien la condición para ello era su propia muerte, que no me consta. Tampoco está por aquí el Pardo para preguntarle sobre aquellos hechos del accidente en Medellín y de la sorprendente historia de Rosita, la compañera de Gardel en la oculta soledad de sus últimos años. Y para hacer más complicada las cosas, algunos por ahí empezaron a desparramar la noticia que no era criollo oriental de nacimiento sino franchute, nacido en Toulouse, como la baguette, el champán y los championes, que digo, me corrijo, los champiniones.

Por eso pienso que a las figuras míticas como las de Carlos Gardel hay que dejarlas descansar y no andar hurgando en los misterios que ellos mismos han construido en torno a sus vidas, y hasta de sus muertes, porque no hay nada de indigno en ello.

Así que me quedo con la ternura de su mirada y el gesto de dolor cuando dice "sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando", porque no debe haber angustia más profunda que despedir a un amor, o la vibración en su canto y la sonrisa amplia, generosa, fuerte, mientras extiende sus brazos y dice: "no habrá más penas ni olvidos".

Es que Gardel, cada día canta mejor.

Por Becquer Casaballe

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Epigrafes
Retrato de Carlos Gardel por José María Silva, 1933.
Los féretros de Gardel y de su mamá Berta en su panteón del Cementerio de la Chacarita. Foto 1   FotoRevista no asume ninguna responsabilidad por el contenido esta nota,
siendo su autor el único responsable de la misma.
  

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