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El Pardo en el Chaco: una aventura estética

Publicado: 31-01-2009
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Por: Becquer Casaballe

Buenos Aires, Argentina
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  Tweet En el verano del '34, al "Pardo" lo mandaron, junto a un cronista, para que hiciera algunas fotografías de los trabajadores dedicados a la cosecha del algodón en el Chaco. Según parece, se estaban organizando sindicalmente para reclamar por sus derechos sociales (jornada de 8 horas, días de descanso, atención médica, jubilación y todas esas cosas que los socialistas les habían metido en la cabeza). Algunas informaciones señalaban que el gobierno pensaba enviar a tropas regulares armadas con Máuser y ametralladoras Colt para hacerlos desistir.

El periodista que lo acompañaba tenia cierto gusto por la pintura que, incluso, le había llevado a que en su tiempo libre -que no era mucho-, tomara temperas y pinceles para dejar sobre el lienzo algunos cuadros de situaciones cotidianas. Había llegado a exponer en clubes de barrio y en sociedades de fomento del conurbano bonaerense. De haber vivido en Montmatre otro hubiera sido su destino, pero nació en Villa Domínico.

No perdía oportunidad de señalarle la belleza de los paisajes por los que, junto con el "Pardo", estaban transitando. Se entusiasmaba cuando veía una pequeña casita construida de barro, con sus paredes blanqueadas a cal. "Mira Pardo, que casita linda en ese paisaje. Ah, si yo tuviera mis pinceles", exclamaba.

El Pardo se quedaba en silencio porque no se atrevía a discutir con alguien que domina, precisamente, la palabra. Pensaba que era linda para su amigo porque no tenia que vivir ahí, con frío en invierno, calor en verano y expuesto a tantas enfermedades por la falta de la más elemental higiene.

"Este no ha visto nacer un bebe y que no haya agua para lavarlo", pensó, masticando cierta rabia y solidario con el destino de aquellas personas.

En un momento, su amigo periodista y pintor, se detuvo y le dijo: "Mirá Pardo ahí, ¡Que mujer hermosa".

El "Pardo" perdió toda su inocencia y se olvidó por un momento de sus ideas anarcosocialistas y libertarias; se le iluminaron los ojos, el corazón le comenzó a latir con frecuencia descompasada, las manos se le pusieron húmedas a pesar de la sequedad del Chaco en esa época del ano y comenzó a buscar con la mirada pensando que sus pupilas irían a apuntar sobre una joven doncella, de cabellos largos, formas de una redondez equilibrada y, para mancebo tan apuesto y dispuesto, llego a imaginar que podría entregarle sus tesoros.

Pero no vio otra cosa que una anciana, en la puerta de un rancho, con su cabello atado en forma de rodete, totalmente blanco y una piel castigada por tantos inviernos, los brazos finos como alambre y la espalda encorvada. Cargaba trabajosamente un atado de leña seca y raquítica como lo era ella, mientras trataba de espantar a las gallinas que le seguían su tranco cansino.

El "Pardo" pensó: —"¿Será esa la mujer hermosa a la que se refiere mi amigo? o el sol le habrá afectado el cerebro que empieza a tener visiones?".

"Vení Pardo —insistió el amigo—, andá y sacale una foto de las manos, del rostro, fotografíala como hace su trabajo, sin nadie que la ayude. ¿Sabés una cosa Pardo? esa es la foto que va a ilustrar la nota sobre la vida de los campesinos".

En ese momento el Pardo se dió cuenta que la belleza no es necesariamente complaciente, superficial, frívola o idealista, sino que también puede ser trágica, como la de aquella anciana de brazos de alambre y, a partir de entonces, comenzó a ver con una mirada diferente las paredes descascaradas.
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