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El otro sur

Publicado: 26-05-2009
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Por: Edued García

Buenos Aires, Argentina
    Tweet " …Dahlmann empuña con firmeza el cuchillo, que acaso no sabrá manejar, y sale a la llanura." 

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Los hombres se ocupan de oscurecer el espacio al cubrir con sus cuerpos la puerta del almacén. La noche estrellada presiente el horrendo final y la luna que asoma sobre un monte, agiganta con su luz la patética escena. 

Dahlmann dudaba cuando a su mente, ya demasiado cansada, le vinieron retazos de antiguas lecturas y sopesó el arma con la izquierda pensando que podría obtener una inocente ventaja al desconcertar, aunque fuera un momento, al rival que estaba casi fresco y a la espera, como jugando de gato con el ratón. 

Dando por seguro que está condenado, en los últimos instantes acometieron a Dahlmann ráfagas de recuerdos y eligió el más doloroso: retrocedió sesenta años decidiendo vengar a su abuelo, aquel Francisco Flores; vio al paisano achinado como a un personero del cacique violento y acometió ciegamente, con la mirada de sus muertos. Ante ese exceso de valentía, el rival titubeó sin poder ordenar sus pensamientos y recibió un puntazo que atravesó el poncho arrollado a su brazo y, tal vez de asombro, tal vez de miedo, dejó escapar un extraño silbido. 

Juan Dahlmann volvió a atacar esta vez como si esgrimiera un alfanje de su entrevisto Oriente. Pensó en la ridiculez de ese momento y no se asombró cuando vio caer al paisano tomándose una profunda herida que, como inesperada paradoja, sangró también muy adentro de Dahlmann. Sin creer del todo en ello, ese inútil drama lo llenó de un vano orgullo y sintió la confirmación, acaso ajena, de la temprana propiedad del Sur. 

Dejó caer el cuchillo a los pies del viejo, pagó la cena y, despaciosamente, agarró su valija y se dirigió a la jardinera que lo estaba esperando. 

Edued García
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