Perplejidad
Los árboles espejados en el río, florecientes, parecían morir tras nuestros pasos. Las hojas verdes se transformaban en viejas fotos sepia y caían, lentas, al piso. Cientos de fotografías crujían como hojas de otoño. Tomé una y busqué las nervaduras, pero las imágenes cambiaban constantemente y las que en un principio eran hojas, ahora eran niños, pedacitos de pies, juguetes rotos, un pozo profundo donde cayó un gorrión.
Orillábamos el río. Tomé una foto a otra foto y en mi cámara las imágenes eran más agradables: un amanecer que se transformaba en el tallo de una flor que se confundía con el corazón de un alma noble, se le notaba en los ojos. Pero luego el azul inundó la superficie y tuve que quitarla por temor al mar insondable.
Al río parecía no importarle nuestra presencia, seguía conteniendo en su cauce la pendiente, lo empujaba contra las rocas del destino. Toqué el agua con las manos húmedas de miedo y un pequeño pez rojo me mordió el dedo, suave, como en un bautismo del presente. El silencio ocultó las nubes y las fotografías que pisábamos nos dispararon haces. No era un sueño infundado, no era un sueño.
Seguíamos trepando la cima, la colina cada vez más empinada era una caja de Pandora abierta. Mientras sentía enloquecer el canto de los pájaros parecía devolverme al mundo. Alguien gritó mi nombre y entonces pude ser yo nuevamente, siempre lo fui, disfrutando de ese collage inmenso, en donde las ramas nos regalaban poemas de amor, postales de otros, etiquetas viejas.
Los siguientes veinte metros antes de llegar a la cima fueron más calmos. Algunas hojas seguían siendo de un verde más intenso, no caían, comenzaban a albergar incontables momentos. Quería ocultarme detrás de la cámara pero irremediablemente aparecía en cada una de las imágenes. Llegar a la cima despejada de árboles me tranquilizó. Nos sentamos a descansar. Miré lo que había quedado a nuestro paso y me maravilló, como nunca antes, cada hoja en su lugar, intacta, siendo árbol a lo lejos. Sentí ánimos de correr pero permanecí quieto, sabiendo que no volvería a ser el mismo. Cerré los ojos. Suspiré como se suspira de alivio o de cansancio.
Sandra Papadópulo